sábado, 26 de diciembre de 2009
Lugares comunes a lo patojo
viernes, 18 de diciembre de 2009
Lugares comunes a lo patojo
jueves, 19 de noviembre de 2009
Lugares comunes a lo patojo
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Lugares comunes a lo patojo
lunes, 19 de octubre de 2009
Lugares comunes a lo patojo
lunes, 14 de septiembre de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A pies juntillas
- No, contá-.
- Pues cómo les parece que en el paseo del domingo dieciocho de junio de dos mil cinco a La Lajita, yendo para Chuni, a las cinco de la tarde, el doctor mojigato ése se fue a coger moras y la Cleotilde se le fue detrás con el pretexto de que iba a mear. Ya eran casi las seis de la tarde y no aparecían. Entonces el marido de Cleotilde, con borrachera y todo, fue a buscarla y encontró al dichoso doctor, medio pelado, durmiendo sobre las playitas del río, más abajo. Pero Cleotilde no estaba. El marido lo despertó y le preguntó por su mujer; el doctor mojigato le dijo que no la había visto, pero no le creyó y le preguntó que por qué estaba así, medio “viringo”. El doctor mojigato le dijo que se había metido en el río hasta la cintura para coger energías, pues no sabía nadar. El marido cabrón se dedicó a buscar a su mujer por otra parte y la encontró al otro lado del río, en la parte alta, donde hay una guarapera, tomando de ese guandolo con unos tipos de mala muerte-.
- ¿Y luego qué pasó?-.
- Pues cómo les parece que el marido cornudo echó a la calle a la Cleotilde-.
- ¿Y entonces, se fue a vivir con el doctor mojigato?-.
- No, ahora está en Chuni viviendo con el dueño de la guarapera-.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A pedir de boca
Cuando no se es vegetariano, cuando se tiene un hambre la macha, tipo una de la tarde sin almorzar, y se pasa frente a un asadero de churrascos, se vuelve agua la boca, se multiplican todos los olores y se hacen intensos los colores, decimos con absoluta seguridad que todo ese trozo de punta de anca de caliente brillantez, despidiendo humo, revolcándose en medio de las brasas, está a pedir de boca. (Para los vegetarianos sería una ensalada con miel de abejas).
También está a pedir de boca, pero ya en lenguaje poético, esa mujer que pasa frente a nosotros desplegando su belleza, envolviéndonos en su perfume Cartier de ensoñación, mostrándonos su entorno de bellas formas envueltas en seda fina -bien delgadita- transparentando lo que ya conocemos e insinuando con insistencia lo desconocido, como un misterio de Poe; maltratando sin compasión a nuestro pobre corazón a punto de pararse; dejándonos frustrados en mitad de la calle y, lo peor, seguir viviendo después de semejante golpe, como sacudón de alto voltaje. ¡No hay derecho a tamaña crueldad! (“No es que los hombres sean malos; ¡es que las mujeres son muy buenas!”).
Aquí, en Popayán, donde ya no se dan patojos de esos que bebían como mandaba el abuelo: “Emborrachémonos para saber cómo es la realidad”, ahora no beben, ni gastan; ambas cosas las prohibe el médico. Por eso volvemos atrás, a rescatar la memoria de quienes sí sabían disfrutar. Alberto Mosquera cumplía años todos los ocho de julio. En uno de éstos la tía querida le llevó un porrón de guarapo para la celebración; entonces Alberto lo recibió, a pedir de boca, con este epigrama:
La simpática Alina,
en mi cumpleaños,
¡ay qué dicha!,
trajo la tina;
y por el ocho
hizo la chicha.
viernes, 10 de julio de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A parir sapos
A quien sí le tocó parir sapos fue al odontólogo, grueso y barrigón, que atendió a uno de nuestros representantes precolombinos que llegó con una muela de esas épocas, negra y fosilizada. Por allá por los cincuenta (una forma de decir entre los años mil novecientos cincuenta y mil novecientos cincuenta y nueve) ejercía la odontología en Popayán un paisa de apellido Mejía. Por esas mismas épocas se presentó un indio paez ante el citado odontólogo para que le sacara una muela cordal que lo tenía “desgualangao” del dolor. Empezó el doctor Mejía a hacer la fuerza de extracción con su instrumento, en forma de tenaza, sobre la pieza adolorida pero ésta ni se movía. Hizo aun más fuerza, y medio se movió. Decidió el galeno de muelas apuntalarse en su benigna barriga contra el paciente y aplicar un esfuerzo máximo. En ese momento supremo de la extracción el indio lanzó un ¡ahhh! prolongado y se tiró un pedo. El doctor, sudoroso y con la muela agarrada en la tenaza, exclamó después del ruido:
- ¡Puchas! ¡Las raíces de esta muela llegaban hasta el culo!
domingo, 28 de junio de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A ojos vista
Otra de ojos, pero es un idiotismo. Aquí la evidencia es confirmada por este doble sentido, la vista y los ojos. No admite equivocación porque si la vista engaña, los ojos no. Equivale a estar de cuerpo presente y con dos testigos: los ojos. Es el escrutinio al que se someten las reinas tropicales (o en trance de serlo); mientras están vestidas, el organdí, la muselina o el lino de oriente ofrece una imagen que, a ojos vista, es el encanto de la inocencia a punto de perderse. La niña -no importa que tenga los años de dos pubertades- sigue siendo la niña, envuelta en filigrana de algodón egipcio. Otra cosa es cuando se desviste. Queda más indefensa que marido sin cachos, metida en un diminuto traje de baño que no sirve para bañarse, si acaso para depilarse en tierra caliente.
Aquí, es cuando opera el lugar común que nos ocupa. El género masculino aguza los ojos y penetra la mirada hasta el filo donde el estorbo de traje se hace grande para lo que tapa. Los ojos escrutan y la vista se tuerce hacia la imaginación; si la imaginación funciona es porque los elementos de aproximación son efectivos, como por ejemplo una transparencia hecha a propósito o con el propósito de parecer casual. Si esto sucede, tenemos a una reina a ojos vista.
En los estrados judiciales hacen de esta figura una norma. El juez exige que la audiencia se haga con la presencia del acusado y con las pruebas escritas que lo comprometen. El defensor se acerca para señalar al reo; con el índice derecho estirado hacia el individuo “acuscambao” el juez no tiene otra opción que aceptar que es ése y no otro el acusado. Luego se acerca el acusador, un fiscal que maneja un arrume de papeles, debidamente foliados, que constituyen las pruebas de incriminación; su señoría las ve, las ojea y mete los ojos hasta el más recóndito lugar donde alcanza a distinguir una polilla que no existía cuando el acusado era apenas sospechoso. Entonces, ya con la absoluta seguridad de que no le han metido gato por liebre, el juez inicia la audiencia:
Otra acepción es la que aparece cuando el marido infiel se escabulle hacia el cuarto de servicio con la absoluta seguridad de que su esposa está en misa de seis. Pero ella vuelve sobre sus pasos antes de la ascensión y encuentra a su marido ya en pleno descendimiento. A éste, en vez de reconocer que a ojos vista es un infiel, sólo se le ocurre decirle a su mujercita rezandera, en el colmo del miedo:
jueves, 11 de junio de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A ojo de buen cubero
Tener buen ojo es una cualidad temible, y se les atribuye a los que construyen cubos, cubas y han viajado a Cuba. Estos últimos son los que mejor ojo tienen para escoger entre tantas bellezas juntas a la mujer que ha de acompañarlos por los caminos de Cuba y luego por los de la vida. Aunque, para ser sinceros, escoger en Cuba no requiere ojo de buen cubero sino buenos dólares y, muchas veces, la promesa de visitar un país capitalista para ver la diferencia.
Un cubero fabrica cubos, tira el ojo y luego el nivel y siempre falla el nivel. De tal manera que la apreciación es infalible; de ahí que, para refrendar un hecho o un acto perfecto en cualquier disciplina, acudimos a esta expresión. Así vemos construcciones como salidas de la academia: “Estamos en el trance crucial de una elección y todo hace presagiar, a ojo de buen cubero, que éstas serán definitivas y perfectas”.
Decíamos que tener buen ojo es una cualidad temible. Miren no más la apreciación de la suegra por el yerno; nunca falla. La novia no le ve defectos al zoquete que le tira el brazo por la cintura; si acaso los vislumbra y transforma en virtudes. La suegra manda el ojo hasta el repliegue más íntimo y determina que el tal yerno tiene escasa materia prima que satisfaga las necesidades de su hija (y las suyas). Si a esta deficiencia se le agrega una limitada capacidad de encanto hacia quien podría ser su alcahueta (cuando no su amante mayor), la suegra, llega a la conclusión definitiva: “Ese entelerido no es el tipo para mi hija”. Ahora toca convencer a la sonsa, que se derrite como mantequilla tirada al sol. Comienza el trabajo de demolición:
- ¿Sí vio, mija? Ese novio suyo evita que yo lo mire, algo sospechoso debe ocultar. ¿No se dio cuenta de que lo saludo con una sonrisa y a mí me tuerce la trompa? Se hace el disimulado frente a usted, porque parece que le gusto. Un hombre así es de cuidado. Hay mejores caballeros que ese langaruto desnutrido, y la están esperando-.
La suegra, a ojo de buen cubero, se tiró el idilio.
lunes, 1 de junio de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A la hora del té
Hace algunos meses en Cartagena -la ciudad costera de Colombia que quisieron conquistar los ingleses y apenas dejaron, después de su intento, dos rastros británicos: el Junior y el Sporting- unos inversionistas (deben haber sido ingleses persistentes) quisieron construir el edificio más alto de la costa norte, llamado La Escollera. Después de construir el setenta por ciento de la estructura, apareció una tormenta tropical que lo dejó inclinado. A la hora del té, el edificio no respondió a los embates de la naturaleza y debió ser demolido.
A la hora del té es el momento cumbre donde las verdades surgen y el error -o el acierto- aparece. En un té para señoras -o de familia- se destacan los hechos del día y los protagonistas de la noche. En este tribunal supremo donde sólo hay fiscales, se determina el grado de culpabilidad del reo objeto de la discusión, o bien la inocencia del zoquete ausente. Las consecuencias se irán acumulando y desgranando en sólidas relaciones sociales o en rompimientos tenues hasta la rotura definitiva. A la hora del té nuestra sociedad condena o absuelve.
Hay personas que se abonan el derecho de calificar feo –rajar, decimos nosotros- nuestros valores entrañables y lo siguen haciendo sin encontrar impedimento. Estas personas, al no encontrar oposición, creen que ya tienen licencia para abusar, e irremediablemente les llega la hora del té cuando el sarcasmo nuestro las frena en seco y las pone en el sitio donde deben estar: en las puertas de una correccional, y quedan más aburridas que funcionario insubsistente. Sucedió en el antiguo Café Alcázar de Popayán. A un paisa atrevido y sin reparar en su entorno le dio por rajar de la ciudad. Seguro le había ido mal por sus propias limitaciones y se las atribuía a la ciudad y a sus gentes que no tenían nada que ver en el asunto. Para este paisa Popayán era poco menos que una letrina de su entrañable Medellín. Hasta cuando el “Genio” Castrillón, que hacía presencia, no se aguantó y lo comparó:
- Mi estimado amigo, usted se parece, con sobrados méritos, a Don Marco Fidel.
- ¿Por lo de escritor?
- No, por lo hijueputa.
martes, 19 de mayo de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A humo de pajas
La paja sirve, entre sus múltiples placeres, para hacer humo. La paja sólo es importante cuando se mete con ella un ser humano importante. Así como la paja sirve para cubrir techos, revolverla con barro y hacer paredes de bahareque; meterla en costales de cabuya para hacer colchones de pobre; darla como complemento alimenticio a los especímenes bovinos, que son sus usos más nobles, también sirve para adornar la estulticia. En el primer caso, los seres humanos que la manipulan son de leve importancia, apenas construyen, hacen cosas y producen alimentos; en el segundo aspecto, la importancia crece en proporción directa a la estupidez mental de quienes se atreven con las ideas en anárquico desorden. También hay jóvenes que se meten con la paja, pero esto ya es la lúdica del placer que sublimiza la acción poética de embarazar al viento cuando no hay cobijas.
El uso más frecuente del lugar común que nos sirve de inspiración se lo hemos oído a algunos políticos y tiene que ver con el fundamento de sus afirmaciones. Aunque ya casi está en desuso, persiste como significado de altivez cultural; ahora se habla de cortinas de humo; si lo dijera un poeta sería una bella figura, pero en boca de un hacedor de ilusiones es engaño fatuto.
“Cuando afirmo que el doctor Baldomero Montes es un miembro de la corriente política más cavernaria del oscurantismo, no lo hago a humo de pajas: tengo documentos que lo acreditan y consecuencias que lo sindican”. ¡He allí al intelectual acusando!
“Sé que los honorables diputados no votaron el proyecto para embalsamar a los micos que resultaron dados de baja en la última sesión; lo sé de fuente fidedigna, y no a humo de pajas”. Aquí está el político repartiendo claridad conceptual.
A humo de pajas nos sirve para hacer entender que no son falsas nuestras afirmaciones, porque no están soportadas en débiles conjeturas. Las débiles conjeturas serían en este caso las pocas pajas que arden y hacen descomunal humero.
viernes, 6 de marzo de 2009
Lugares comunes a lo patojo.
A freír espárragos
De los espárragos tengo una lejana referencia cuando se producían en interminables lomas yendo para Cajibío, Cauca. Parecía monte verde bien organizado, bello como un montón de chutos surrealista. El gran descubrimiento fue saber que se comían como la yuca, desenterrándolos. El gran problema fue saber que para comerlos como plato de gourmet, tenía que ir a Miami. Allá los sirven como ostras en exótico plato tailandés que venden a precio de kilómetro de distancia importado. A ningún zoquete Mayamón -este es el gentilicio de los de Miami- se le ocurriría decir que los espárragos fueron traídos de la tierra de Efraín Orozco, porque los clientes, encima de que los comerían como envueltos de coca, los pagarían a precio de juguete chino. Aquí no más, en Popayán, en la tienda de misiá Obdulia, por ahí por la octava, se encuentran espárragos pero son los que enfrascan con vinagre en Medellín y no los comen en Miami porque son tan feos como jugo de nabo en ayunas. Los únicos pendejos que se los embuten somos nosotros, los mismos que exportamos manjares y le jalamos a la aguamasa.
Pero vamos a lo que vamos. La expresión a freír espárragos tiene su cercana familiaridad con otra que se usa en bodegas de mala muerte: “Lo mandamos al carajo”. Este equivalente no tiene la dificultad de determinar la incultura de quien lo dice; en tanto la original es tan elegante que hasta quien la recibe no tiene de otra que alistar la sartén y disponerse al martirio de ablandar con aceite unos palos tiesos, que se ponen más tiesos cuando la candela explota en preciosas figuras artificiales de aceite quemado. Alcanza para quemar toda la batería de cocina. En este momento el cocinero ya tiene la absoluta convicción de que es mejor quedarse callado en una discusión, casi perdida, para evitar que lo manden a freír espárragos, así sea la reconvención más elegante para llegar al carajo.
Un educador, como uno de los muchos que adornan el paisaje colombiano, tuvo la brillante idea de destacarse ante uno de sus alumnos universitarios diciéndole: “Como usted no pase por mi oficina para resolver su debilidad, en el examen lo mando a freír espárragos”.
lunes, 23 de febrero de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A flor de piel
La piel de los niños es lo más parecido al pétalo de una rosa; a flor de piel es la tersura de una piel, la superficie que se ve y se siente como pétalo.
Dichosos los enamorados que tienen muy de cerca la percepción de las dos cosas: la piel y el pétalo. Las caricias sirven para eso; para descubrir los misterios del amor que resaltan a flor de piel. Quien sabe acariciar, sabe amar, y si es un hombre el que sabe, tiene ganado el paraíso y negada cualquier leve expulsión, así haya culebras de por medio. Si es una mujer quien tiene esta virtud, además de retener a su amor le alcanza para montar una sala de masajes. En esto de las salas de masajes, los hombres estamos descartados, a no ser que instalemos una sala privada, recién casados o solteros. En las salas de masajes las masajistas, bueno, son mujeres; y quienes reciben el servicio, bueno, son mujeres. Los hombres no aguantarían una mínima caricia a flor de piel por su sensibilidad extrema a las manos ajenas y femeninas, sensibilidad que se nota en insistente protuberancia. Es una limitante que descarta el que los hombres asistan a estas salas de masajes manejadas por mujeres; ahora, si las manejan hombres, peor; ningún hombre se dejaría tocar por otro hombre más allá del simple saludo. Que conste que me refiero a hombres y a mujeres; no he hecho referencia a otro tipo de seres cuya sensibilidad no conozco sino en pintura o en canciones.
Decía que sólo recién casado o soltero el hombre instalaría una sala de masajes en su casa. La razón es muy simple: de joven y soltero hay sensibilidad extrema y la novia no cobra; recién casado tiene masajista propia, cobra, pero uno no se da cuenta; además, goza de lo lindo. El problema surge después de treinta años de casado; no hay sala de masajes, la sensibilidad se ha perdido -por lo menos para las actividades caseras- y la mujer descarta cualquier caricia del marido con un “dejales eso a los muchachos, que ya estás viejo”. Hasta que viene la enérgica protesta del cincuentón hacia la consorte por la reciente compra de una mascota macho: “El perro sirve para que la mujer le acaricie las pelotas, algo que no hace con el marido”.
domingo, 22 de febrero de 2009
Lugares comunes a lo patojo
A boca de jarro
Jarro es una vasija de boca
Más angosta que la jarra
y con un asa, parte arqueada
y saliente, de donde se agarra.
Cuando un poeta levanta el jarro y de su boca bebe, está tomando, sin medida, el néctar de los dioses; es como decir, el agua de la vida o el embriagante zumo de la vid. Quienes no tenemos la virtud de ser poetas, nos contentamos con tomar en vasos o en copas aguardiente -bebida letal del amor perdido- o vino, bebida que descubrió Noé -lo cual condujo a que sus hijos lo descubrieran “viringo”-, y les sirve a los chilenos para introducirse en las bolsas de valores. A nosotros, como a los argentinos y a los europeos, el vino nos permite embriagarnos después de las comidas importantes -para los europeos y los argentinos todas las comidas son importantes- y evitar, a boca de jarro, la sorpresa de una “rasca” con cantaleta de fin de semana.
A boca de jarro encierra acción imprevista bajo otro contexto, tal como cuando aparece la mujer que deseamos, en el sitio que anhelamos, en el momento que soñamos, y resulta que es una realidad que nos lleva a dudar del movimiento de azar de las estrellas del zodiaco. También puede ser que tengamos pesadillas de súbito, como recorrer el mismo laberinto de la angustia producida por una deuda mal pagada y mitad perdida.
Aquí en Popayán, donde hemos tenido presidentes de Colombia eméritos y livianos, donde los encontrábamos como peatones cansados en las calzadas huecas, le sucedió a Guillermo León Valencia -años sesenta hará- que, en su condición de primer mandatario, se le arremolinara la plebe para pedirle, a boca de jarro, que pavimentara las calles destrozadas por chambas. Guillermo León, repentino y razonable, dijo: “A estos patojos quién los entiende: tienen Presidente de la República, tienen Ministro de Obras Públicas, y todavía quieren que les pavimenten las calles”.