Al pan pan, y al vino vino
Al grano; sin rodeos; las cosas por su nombre; tal cual; podría decirse que son sinónimos. ¿Qué tal una posición de carácter? Las posiciones de carácter no necesitan de lugares comunes para fijarse; se pueden hacer evidentes con un acto o con una actitud o hablando con palabras normales y precisas. Los lugares comunes aparecen en la galería, vale decir, en la tribuna de espectadores testigos del evento, para alebrestar a los contendores, como azuzando en una pelea de gallos. Quienes demuestran carácter son asimilados como antipáticos; de hecho, el carácter demuestra un recio temperamento que no es agradable para quien lo enfrenta. ¿No tienen carácter la mujer y la suegra, juntas? ¿Y qué tal un cuñado atravesado?
Los militares -oficiales, para mejor decir- andan demostrando su carácter en lugares frecuentados por reclutas o por damas encantadoras; para ellos un civil que no obedece a sus deseos arbitrarios es un tarado conscripto que merece menosprecio; si de él dependiera, lo pondría a hacer en plena calle treinta flexiones de pecho y cuarenta lagartijas, por el hecho de ejercitar su carácter.
Uno de los grandes logros retrógrados de los gobiernos que padecemos es haber extirpado el carácter de las instituciones educativas y laborales. El estudiante no debe estar en desacuerdo con su profesor, porque es peligroso que lo expulsen; que un joven reflexivo exija pruebas históricas de la existencia de Cristo, no es un acto de raciocinio científico sino de afrenta a las creencias dogmáticas, metidas en el “tuste” desde chiquito; ese individuo no merece estar en el colegio, y de curas, menos; debe expulsarse y, de ñapa, excomulgarse. El trabajador no puede protestar porque le metieron más trabajo y le mermaron el sueldo, sin correr el riesgo de quedar en la calle, vilipendiado y sin cinco, tal como un artista en desuso. En ambos lugares no se puede decir al pan pan, y al vino vino.
Con todo, hay hombres de carácter pero también hay francotiradores agazapados que se encargan de eliminar a esos hombres. Los humanos se inventan pendejadas -que las creen los pendejos- para hacerse matar por ellas. De carácter fue este pensamiento de muro, cerca de un monasterio: “A este pueblo, por ponerse a rezar, se le olvidó pensar”.