martes, 26 de enero de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Al pan pan, y al vino vino

Al grano; sin rodeos; las cosas por su nombre; tal cual; podría decirse que son sinónimos.  ¿Qué tal una posición de carácter?  Las posiciones de carácter no necesitan de lugares comunes para fijarse; se pueden hacer evidentes con un acto o con una actitud o hablando con palabras normales y precisas.  Los lugares comunes aparecen en la galería, vale decir, en la tribuna de espectadores testigos del evento, para alebrestar a los contendores, como azuzando en una pelea de gallos.  Quienes demuestran carácter son asimilados como antipáticos; de hecho, el carácter demuestra un recio temperamento que no es agradable para quien lo enfrenta.  ¿No tienen carácter la mujer y la suegra, juntas?  ¿Y qué tal un cuñado atravesado?

Los militares -oficiales, para mejor decir- andan demostrando su carácter en lugares frecuentados por reclutas o por damas encantadoras; para ellos un civil que no obedece a sus deseos arbitrarios es un tarado conscripto que merece menosprecio; si de él dependiera, lo pondría a hacer en plena calle treinta flexiones de pecho y cuarenta lagartijas, por el hecho de ejercitar su carácter.

Uno de los grandes logros retrógrados de los gobiernos que padecemos es haber extirpado el carácter de las instituciones educativas y laborales.  El estudiante no debe estar en desacuerdo con su profesor, porque es peligroso que lo expulsen; que un joven reflexivo exija pruebas históricas de la existencia de Cristo, no es un acto de raciocinio científico sino de afrenta a las creencias dogmáticas, metidas en el “tuste” desde chiquito; ese individuo no merece estar en el colegio, y de curas, menos; debe expulsarse y, de ñapa, excomulgarse.  El trabajador no puede protestar porque le metieron más trabajo y le mermaron el sueldo, sin correr el riesgo de quedar en la calle, vilipendiado y sin cinco, tal como un artista en desuso.  En ambos lugares no se puede decir al pan pan, y al vino vino.

Con todo, hay hombres de carácter pero también hay francotiradores agazapados que se encargan de eliminar a esos hombres.  Los humanos se inventan pendejadas -que las creen los pendejos- para hacerse matar por ellas.  De carácter fue este pensamiento de muro, cerca de un monasterio: “A este pueblo, por ponerse a rezar, se le olvidó pensar”.

domingo, 17 de enero de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Al César lo que es del César

Es la frase más cercana de la expresión “A cada quien lo suyo”.  Por ejemplo, la mujer que le toca a uno no es de otro y menos de César, así César esté reclamándola cuando uno está en el trabajo.  No podemos darle a César lo que es de Horacio.  Eso sería tan grave como darle en administración al Cuerpo de Bomberos una fábrica de cerillas contigua a una estación de gasolina.  O peor, darle a un cojo una bicicleta estática.  Las cosas son como son, o mejor, las cosas son del que se las encuentra.  Así lo dice un filósofo que canta sólo en cantinas: “Lo que ha de ser para uno, uno se lo tiene que encontrar”.

En la antigua Roma -entre los años sesenta y cuarenta y cuatro, antes de nacer Chucho-  Cayo Julio César era el guía político y militar del imperio.  El que se inventaba guerras de conquista como aquella contra las Galias y sobre la cual escribía comentarios donde él quedaba bien parado, como amante desatado.  Fue el precursor de los Panzer alemanes, porque hizo una campaña contra el rey del Ponto que le valió decir: “Vine, vi, vencí”.  Al final resultó muerto por Bruto, el hijo adoptivo que dirigió a unos puñaleros que se decían conjurados.  Toda esta leve historia es de César y de nadie más.  Por eso, al César lo que es del César.

Ahora toca referirnos a los políticos nuestros, que de César tienen apenas el nombre.  Hubo uno por ahí, antes de desaparecer bajo tierra de cementerio, que tenía una inteligencia elemental para hablar y descomunal para despojar propiedades ajenas.  A este César se le atribuyen las palabras que le hizo a nuestra ciudad después del terremoto de mil novecientos ochenta y tres y en pleno auge de los centros comerciales:

- Felicito a Popayán porque ya tiene su epicentro-.

Esto es de César, y de nadie más. 

Quien mejor interpretó esta expresión fue el marido retozón cuando, después de una noche con la amante, se le olvidó revisar el carro alcahuete de faenas y, preciso, la esposa apenas se subió encontró un anillo de la rival sobre la silla delantera y, mostrándolo como cuerpo del delito, le preguntó al marido:

- ¿Y esto de quién es?-.

Al tipo, sorprendido y ante la prueba irrecusable, sólo se le ocurrió decir:

- Suyo, mija-.
- Cómo que mío, ¿y por qué mío?-.

El infiel hizo lo de César:

- Porque las cosas son del que se las encuentra-.

sábado, 9 de enero de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Al ahogado no hay que buscarlo río arriba

Es una expresión que apela a la lógica elemental del ser humano.  Es lógica, porque hasta ahora no se han inventado ríos que corran hacia arriba.  Los ahogados lo saben, por eso pegan para abajo.  En nuestro país nos han metido el cuento de que la delincuencia se acaba con policía; que las inundaciones de cada año de nuestros dos ríos, el Cauca y el Magdalena, se resuelven con frazadas y comida para los damnificados o haciendo rogativas para que no llueva.  Este es un ejemplo típico, en teoría política, de buscar al ahogado río arriba; aquí no opera la lógica elemental.  En consecuencia, los problemas no se solucionan y cada año son más graves, hasta llegar a insolubles y convivir con ellos, como con una gangrena.

Para buscar al ahogado río abajo tenemos que partir del principio de que un problema tiene dos componentes: causas y consecuencias.  Si se resuelven las causas, se solucionan las consecuencias y el problema desaparece.  La delincuencia es la consecuencia de un gran problema social aún no resuelto.  Nuestros políticos no lo han resuelto y, con esa lógica -buscar al ahogado río arriba-, nunca lo resolverán.  Las inundaciones de nuestros ríos son consecuencia de la falta de regulación de sus aguas y de la deforestación.  Causas, ambas, que se resuelven con política traducida en obras de construcción de represas y canales de irrigación y con la reforestación de cuencas.  Para mejor decirles, remedar el ciclo de la guadua.

Pero para qué boto corriente.  Después me califican de utópico, que no es tan drástico como el calificativo que le dieron al sacerdote aquel de un pueblo del sur del Cauca y norte de Nariño.  Por allá entre El Pilón y Taminango llevaban sus pobladores varios años sin ver la lluvia y estaban a punto de emigrar por la falta de agua.  Decidieron entonces acudir al curita para que ofreciera una rogativa al Señor de no sé qué cosa -aquí hay señores para todo-, a ver si al fin se producía la tan anhelada lluvia.  El religioso, muy práctico, les preguntó cuánto tenían.  Los pobladores dijeron que habían reunido doscientos mil pesitos.  Entonces el cura replicó (esto le valió el calificativo insigne):

- ¡Uuuh, con esa plata ni se nubla!-.