Al pie del cañón
Esta expresión nunca se les atribuye a los cobardes, que prefieren estar lejos y detrás del cañón. Cuando algún aculillado está cerca -y no al pie- del cañón es porque se ha disfrazado de turista en Cartagena y posa para la foto del recuerdo al lado de cualquier chatarra de obús del siglo dieciocho. Estar al pie del cañón es estar dispuesto para los peores -o mejores- retos; es enfrentar al enemigo hipotético que no tiene cañón ni ganas de atacar, de ahí que se vuelve una figura metafórica; significa entereza, valor y arrojo, virtudes que no se dan en los círculos politiqueros, donde saben más de volteadas, trapisondas, fotos y turismo.
Sin embargo, propongo que esta figura sea desterrada del diario devenir porque encierra violencia, que es lo que nos tiene jodidos. Veamos. Hoy, los que están al pie del cañón real y amenazadoramente son los mismos a quienes les cuelga un fusil del hombro. Es muy fácil ser macho con el fusil y el cañón apuntando, cuando el que está al frente sólo tiene ganas de correr. Si al que está armado se le inyecta odio y sadismo, le queda fácil disparar. Aquí, estar al pie del cañón recibe la connotación de violento, y si actúa a lo macho, de asesino.
Volvamos a la poesía de las palabras, que es la forma más expedita para evitar la violencia. En un futuro deberíamos cambiar este lugar común por otro que signifique lo mismo; por ejemplo: al pie del yarumo o al pie de la mata de sábila. Bueno, también podríamos inventar uno que entrañe más coraje: al pie de la suegra. A un héroe que no estaba al pie del cañón porque lo tenía incorporado, le sucedió algo distinto que a cualquier padre de familia en la sala de espera de la clínica de partos:
- Señor, lo felicito; usted acaba de ser padre de quintillizos-.
- Gracias, doctor. Es que yo tengo buen cañón-.
- En ese caso le aconsejo que lo limpie bien, porque le salieron negritos-.