jueves, 18 de febrero de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Al pie del cañón

Esta expresión nunca se les atribuye a los cobardes, que prefieren estar lejos y detrás del cañón.  Cuando algún aculillado está cerca -y no al pie- del cañón es porque se ha disfrazado de turista en Cartagena y posa para la foto del recuerdo al lado de cualquier chatarra de obús del siglo dieciocho.  Estar al pie del cañón es estar dispuesto para los peores -o mejores- retos; es enfrentar al enemigo hipotético que no tiene cañón ni ganas de atacar, de ahí que se vuelve una figura metafórica; significa entereza, valor y arrojo, virtudes que no se dan en los círculos politiqueros, donde saben más de volteadas, trapisondas, fotos y turismo.

Sin embargo, propongo que esta figura sea desterrada del diario devenir porque encierra violencia, que es lo que nos tiene jodidos.  Veamos.  Hoy, los que están al pie del cañón real y amenazadoramente  son los mismos a quienes les cuelga un fusil del hombro.  Es muy fácil ser macho con el fusil y el cañón apuntando, cuando el que está al frente sólo tiene ganas de correr.  Si al que está armado se le inyecta odio y sadismo, le queda fácil disparar.  Aquí, estar al pie del cañón recibe la connotación de violento, y si actúa a lo macho, de asesino.

Volvamos a la poesía de las palabras, que es la forma más expedita para evitar la violencia.  En un futuro deberíamos cambiar este lugar común por otro que signifique lo mismo; por ejemplo: al pie del yarumo o al pie de la mata de sábila.  Bueno, también podríamos inventar uno que entrañe más coraje: al pie de la suegra.  A un héroe que no estaba al pie del cañón porque lo tenía incorporado, le sucedió algo distinto que a cualquier padre de familia en la sala de espera de la clínica de partos:

- Señor, lo felicito; usted acaba de ser padre de quintillizos-.
- Gracias, doctor.  Es que yo tengo buen cañón-.
- En ese caso le aconsejo que lo limpie bien, porque le salieron negritos-.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Al pie de la letra

Algunas instrucciones para el manejo de electrodomésticos vienen en un español tan mal traducido que, si vamos a operar el aparato, lo mejor es no seguir al pie de la letra las recomendaciones.  Los chinos, esos de ojos rasgados a los que ahora les dio por hacer lo que hacen los japoneses y los norteamericanos, pero a precio de chichigua, en su manual de instrucciones dicen que “Se debe pelar la cobre y tener caution por es dangerous”.  Aquí, pelar el cobre es tan peligroso como rascarle la barriga a una cascabel.

En los textos bíblicos tampoco se debe hacer lo que mandan, al pie de la letra.  ¿Cómo así que “hay que sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestro prójimo“?  No, señor, las adversidades y flaquezas de nuestro prójimo las deben sufrir ellos, los que componen ese prójimo, que se las buscaron y no se las aguantan por zoquetes.  Yo, de mi parte, trato de parrandear hasta donde me lo permite el prójimo adversario femenino, y si hay flaqueza de por medio, que no sea mía.

En tiempos inmemoriales -mejor que se hayan olvidado- se practicaba la cacería de brujas al pie de la letra; los “salvadores de la humanidad” no hicieron bien su trabajo o cazaron a los que no eran, porque hoy sí hay bastantes brujas; algunas ya ocupan el sitial de los verdugos e invocan las Sagradas Escrituras: “Todo hombre o mujer que llame a los espíritus o practique la adivinación, morirá apedreado” (Levítico, 20:27).  Delicioso ser brujo y ordenar el exterminio de los brujos.  Es como el ladrón que corre y señala a otro tipo, honrado hasta en el caminar, gritando: “¡Cójanlo, cójanlo!”.

Donde no funciona bien la expresión al pie de la letra es en las galleras, mejor dicho, entre galleros.  Veamos.

El papá gallero mandó al hijo gallero a unas ferias de El Tambo (Cauca) con un  gallo preparado para que lo jugara con la absoluta seguridad de ganar.  El muchacho, apenas llegó a El Tambo, se olvidó de la gallera y se dedicó a parrandear.  Al efecto vendió el gallo y se gastó la plata.  Ya en el segundo día de guayabo le mandó un telegrama a su papá gallero pidiéndole dinero,  que decía: “GALLO PERDIÓSE PUNTO ENVÍE GIRO PUNTO”.  El papá gallero respondió: “RESERVO COLORADO PUNTO GIRO ESTÁ EMPLUMANDO PUNTO”.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Al perro no lo capan dos veces

Ni al perro, ni al gato ni al misiringato los capan dos veces.  El problema es que al hombre, sí; bueno, por lo menos figuradamente.  Un hombre comete errores y los repite; lo grave ocurre cuando se da cuenta y lo justifica con inventos que ni él mismo cree.

Estanislao Zuleta decía que empleábamos métodos explicativos muy diferentes cuando se trataba de “los fracasos y los errores propios y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él”.  En el caso del otro aplicamos el esencialismo, en nuestro caso el circunstancialismo: “Él es así; yo me ví obligado”.  Es una forma de persistir en el error; como decir, caparse uno mismo varias veces; en otros ámbitos de la naturaleza no hay animal mayor de terco.

Como de conseguir plata se trata, en nuestro paraíso capitalista hay diferentes métodos para lograrlo.  Basta inventarse un juego donde yo gane y los demás consignen; estas son las llamadas pirámides, que ahora mismo están de moda; aunque siempre han existido, sólo que antes caparon a unos clientes y hoy los vuelven a capar con otro nombre.  Antes les llamaban aviones, cadenas, ruletas; ahora las volvieron a reencauchar como pirámides, y ese me parece un nombre preciso: aquí únicamente gana el que está en la cima, el que se inventó el juego.  Los de abajo son tan mensos que después de consignar una plata que nadie les obligó a hacerlo, todavía quieren que se las devuelvan.  También se puede perder dinero dos veces, y seguidas, cuando a uno lo meten en la condición del vecino buena gente, muy cordial, nada pichicato y hasta buen mozo.  De estas palabras se valen algunas damas que tienen psicología de tigre, porque saben distinguir la presa en medio de manadas de hombres-lobo.  La primera vez dijo la dama que sólo necesitaba cincuenta mil pesitos para cuadrar caja antes de que llegara el jefe; se prestaron y se perdieron.  La segunda vez necesitaba un codeudor de dos millones para ponerle un negocio al hijo; se firmó y el hijo no pagó.  Después de dos capadas, quedó la buena fe asaltada; pero, eso sí, “¡qué buena persona es el vecino!”.