sábado, 19 de febrero de 2011

Lugares comunes a lo patojo

Cerrar filas

Entre las historias desconocidas del antiguo oeste norteamericano, que ni en películas veíamos, hay una que tiene íntima relación con el bienestar humano y era protagonizada por los bisontes -animales extinguidos, como los castores, para dar satisfacción al capital-.  Los bisontes cerraban filas alrededor de un sitio donde se sentían a gusto; grandes manadas se arremolinaban como en una convención de profesionales recién echados; los nativos americanos -inteligentes, antes de vivir como los civilizados- después de espantar a estos animalitos especiales, tomaban el sitio para hacer sus viviendas; allí sentían la tranquilidad que da la paz.  El lugar no era otra cosa que un campo privilegiado exento de radiación que producía bienestar en todos los cuerpos vivos, libre de contaminación; lo descubrían los bisontes; lo sabían todos los americanos de piel trigueña y lo aprovechaban.  Los únicos ignorantes eran los colonos de piel blanca, que hicieron casas donde había terremotos, en zonas de gran radiación electromagnética por los cambios estructurales del planeta.  Está demostrado -pregúntenle a otro más desocupado que yo (científico)- que la exposición permanente a radiaciones electromagnéticas produce en el cuerpo humano descompensaciones de todo tipo: electrolíticas, iónicas, celulares y la muerte.  O si no, ¿por qué creen ustedes que quienes laboran en medios radiactivos se protegen como astronautas en Marte?  Mejor dicho, una “rasca” terciaria sólo lleva a un “guayabo” primario; nada.  La radiación es otra cosa.

Volviendo a lo de los bisontes, esos lugares privilegiados los descubrían las llamas, las alpacas y, por una condición innata, los nativos.  Ahí tenemos a Machu Picchu, a Tihuanaco y, más cerquita, a San Andrés de Pisimbalá, San Agustín arqueológico.  Son sitios en donde uno quiere quedarse por siempre, por la felicidad que producen.  Vayan y me cuentan.

La expresión cerrar filas no es, como dice un grafito por ahí en Carabobo, en Medellín, en alusión a un político reconocido: “Para que no se escape”; es todo lo contrario: para apoyarlo.  Pero había uno, ahora que nos referimos a grafitos, por la vuelta, que era una queja desmesurada: “Cada vez creen menos en mí.                      Atentamente, Dios”.