viernes, 10 de julio de 2009

Lugares comunes a lo patojo

A parir sapos

A nosotros los hombres (bien hombres, aclaro) nos queda imposible saber cómo se pare, y sapos, menos. Apelamos al recurso de la literatura para acercarnos a las paradojas y decir figuradamente que al doctor Uribe lo pusieron a parir sapos. Es lo mismo que decir se la pusieron bien difícil o se la hicieron imposible.

Frente a una acción hay una reacción; una cosa lleva a la contraria, así obran unos teóricos del pensamiento popular. La acción figurada de parir sapos produjo la contraria: comer sapos. Cuando trasciende la cosa, pasa a ser contraria; ahora dicen comer sapos para referirse a esas acciones criminales que hay que aceptar, con dolor o con rabia, dizque para alcanzar una paz cada día más esquiva.

A quien sí le tocó parir sapos fue al odontólogo, grueso y barrigón, que atendió a uno de nuestros representantes precolombinos que llegó con una muela de esas épocas, negra y fosilizada. Por allá por los cincuenta (una forma de decir entre los años mil novecientos cincuenta y mil novecientos cincuenta y nueve) ejercía la odontología en Popayán un paisa de apellido Mejía. Por esas mismas épocas se presentó un indio paez ante el citado odontólogo para que le sacara una muela cordal que lo tenía “desgualangao” del dolor. Empezó el doctor Mejía a hacer la fuerza de extracción con su instrumento, en forma de tenaza, sobre la pieza adolorida pero ésta ni se movía. Hizo aun más fuerza, y medio se movió. Decidió el galeno de muelas apuntalarse en su benigna barriga contra el paciente y aplicar un esfuerzo máximo. En ese momento supremo de la extracción el indio lanzó un ¡ahhh! prolongado y se tiró un pedo. El doctor, sudoroso y con la muela agarrada en la tenaza, exclamó después del ruido:

- ¡Puchas! ¡Las raíces de esta muela llegaban hasta el culo!