jueves, 19 de noviembre de 2009

Lugares comunes a lo patojo

A todo dar

Un conocido político, por su aceptación en sólo unas elecciones de congreso pero de dineros normales de clase media, fue invitado por el mayor magnate de nuestro país, don Julio Mario, a la ciudad de Nueva York.  La primera sorpresa que se llevó fue la de ser requerido en su casa de Bogotá por un asistente bien trajeado, como alcalde en posesión, que lo llevaría al aeropuerto en un vehículo de más de trescientos millones de pesos para tomar el avión.  La segunda sorpresa fue saber que iba en avión privado, con las comodidades de un jeque árabe hacia la tierra del Tío Tom (por no decir del Tío Sam).  La tercera fue llegar a Nueva York, no hacer largas filas de inmigración y comprobar que lo estaba esperando otro asistente que tenía la misión de transportarlo en helicóptero al centro de la ciudad, donde se posaría (el aparato) en la azotea y nuestro político bajaría  directamente por un ascensor de ensueño hasta el apartamento del magnate.  Cuando le hicieron la entrevista en Bogotá al político afortunado, éste describió toda su peripecia, para rematar con la expresión que bien resumía su aventura de multimillonario por un día:

- Fue la primera vez que sentí lo que es a todo dar-.
   
A todo dar entraña el gusto por vivir bien; estar rodeado de las comodidades que ofrece la época y gozar de plena salud para disfrutarlas.  Digo comodidades de la época porque rememoro a los ciudadanos de alto nivel social de la antigua Roma, que, además de asistir al despellejamiento de cristianos por los leones en el Coliseo, sí disfrutaron las ventajas de su imperio.  O si no, miren no más las termas de Caracalla.  Eran jacuzzis modernos pero más imponentes, con doncellas hermosas -seguro napolitanas-, no como las desnutridas modelos de hoy en día; eran baños turcos pero sin turcos; si acaso, egipcios negros que además de servir, servían.  Eso sí era a todo dar.

Aquí en mi tierra, los que tienen más plata que uno son acumuladores natos; prefieren aumentar sus bolsas -mejorar la vida del heredero vagabundo- y no arriesgarse por los terrenos del placer de disfrutar antes del encuentro con la pelona.  Bien dicen por ahí: “Nada se parece más a un pobre que un rico de Popayán”.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Lugares comunes a lo patojo

A todas luces

Algunas veces se refiere a esas luces de discoteca donde se esconden los amantes furtivos; otras, a luces de estudio de televisión que destacan la belleza flácida de las modelos muertas de hambre; también a luces naturales que iluminan en su justa dimensión al género humano, con su dudosa belleza.  Sin embargo, creo estar convencido de que se trata de luz intelectual, de pensadores que trascienden la verdad a todas luces.  Después de haber consultado la tesis y la síntesis entre los intelectuales que tenemos a la mano, decimos cuál es la verdad de la afirmación filosófica sin ninguna equivocación, porque ésta se ha sometido, a todas luces, a ingente escrutinio.

Nuestros políticos dicen que sus acciones son transparentes y están expuestas a público examen.  Nosotros, los que estamos amaestrados para votar, sabemos que los políticos son, a todas luces, cínicos cuando no ladrones.  Sus acciones son turbias y sus consecuencias oscuras.  Pero votamos por ellos; si hubiera otros, seguiríamos votando por los mismos, por aquello de que “Es mejor malo conocido que bueno por conocer”.

Hay luces que ciegan, otras tenues que iluminan y las de más allá que embrutecen. La televisión, por ejemplo, ciega y embrutece.  Mire bien los rayos que emite la pantalla; no son naturales y nuestros ojos no están acostumbrados a permanecer mucho tiempo a su exposición, luego deben tener consecuencias parecidas a mirar de reojo al sol en eclipse o a observar de frente a la vecina despampanante al trasluz de su alcoba.  Casi todos mis amigos que manejan computador tienen unas gafas de intelectual astigmático; los que ven televisión sin descansar tienen anteojos “culo de botella”, con unos espirales como de manicomio en laberinto.  Encima de lo anterior, nuestra función intelectual elemental -pensar- se atrofia por el cúmulo de imágenes reiteradas por frases hueras que el cerebro no alcanza a procesar.  A todas luces, la televisión embrutece y ciega.