sábado, 15 de enero de 2011

Lugares comunes a lo patojo

Caldo de cuyes

Esta expresión es muy patoja, muy nuestra; significa volver una cosa más chiquita que una mincha, desintegrarla hasta convertirla en nada.  Y nada, es un chorizo sin carne y sin forro, según Montecristo Santuario y Zuluaga.  De por sí los cuyes son chiquitos, y un caldo, más chiquito aún.  Si quisiéramos cumplir con eso de “dar de comer al hambriento” y usamos un caldo de cuyes, quedamos en deuda con las obras de misericordia.

Caldo de cuyes hicieron nuestros políticos con una empresa insignia del despegue nacional del siglo veinte: los Ferrocarriles Nacionales.  Para quebrarla y evitar que fuera competencia del transporte por carretera -donde los intereses privados eran superiores a los del país- designaron a gerentes “petardos” para quienes era más barato transportar seis vacas en un camión que doscientas en un tren de carga por el mismo precio.  El mantenimiento de la trocha se hacía con traviesas podridas cada doscientos metros para que el descarrilamiento del tren obligara a pasarse al camión o al bus.  Al gerente, con la diferencia en el bolsillo entre comprar traviesas buenas y podridas, le alcanzaba para comprar un camión y un bus.  Con estos gerentes lambones y ladrones -cuyos nietos siguen acabando con las pocas empresas del Estado que aún quedan- el transporte se volvió caldo de cuyes: el tren no existe ni para turismo y los ríos ya no arrastran remolcadores, si acaso cadáveres de guerras.

Dejemos de lado esta historia lacrimosa y volvamos a Popayán, ciudad a la que le quitaron el tren, la estación, los rieles y las traviesas de chanul; menos mal no le quitaron el río.  Pero ya casi.  Para reirnos de nuestra desgracia, veamos lo que le pasó a “Chancaca” -personaje típico que tocaba la flauta como consagrado músico- quien por esos días de la Semana Santa de mil novecientos setenta acudió a una oficina de turismo en afán curioso, por ver mujeres bellas de aquí y de allá.  Una secretaria, apenas lo vio, se acercó para invitarlo a irse diciéndole:

- Usted, señor, si me lo permite su decencia, favor se retira o lo puedo convertir en un caldo de cuyes-.

“Chancaca”, sin inmutarse y viendo la belleza que tenía al frente, le respondió:

- Usted, señorita, si me lo permite su candor, la puedo convertir en señora-.