miércoles, 16 de junio de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Borrón y cuenta nueva

Olvidar el pasado es imposible; se olvidarán unas cosas, situaciones desagradables donde fuimos protagonistas; se olvidarán personas que nos dañaron el hígado, como trago fino revuelto con “chirrincho”; se olvidarán amores idos con otros más de malas que mi prima con deudas; se olvidarán deudas, no importa que en el futuro las cobren, pero no por eso se olvida el pasado.  Si el pasado se olvida, también se olvida cómo nos llamamos.  En cuanto a empezar una nueva vida, sí que es una pendejada si no se muere y se vuelve a nacer (algo que no hacen ni los hindúes); ni en el extranjero empezamos de nuevo, porque tendríamos que cambiar hasta de apodo.

Quedamos en que es una versión figurada del cambio de actitud, eso de borrón y cuenta nueva; como decir, a partir de hoy, primero de enero, dejaré de fumar (si acaso una pipiadita), dejaré de beber (apenas beberé lo que me gasten), dejaré de ser pendejo (no acompañaré a mis hijos al supermercado), dejaré a Cleotilde (¿quién es Cleotilde?  ¡Ah, sí!, mi mujer), dejaré que la felicidad me atropelle.  Sólo que esta actitud dura los dos primeros meses del año; después volvemos a lo mismo, a cometer los mismos pecados.  “Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores”, dice ese poeta filósofo de las cantinas José Alfredo Jiménez, y me late, estando sobrio, que tiene razón; ya borracho es otra cosa, con ovación, estoy de acuerdo.

En las cantinas y en las tiendas se acostumbra lo de borrón y cuenta nueva para controlar lo fiado, que es la tarjeta de crédito de los pobres.  Por caso, cito la forma como cobra “La bodeguita del medio”, en Cuba:

“Un momento gentil,
como serlo debe,
para que el cliente se lleve
un recuerdo de por vida,
el dueño a ofrecer se atreve
la cuenta así dividida:
le cobramos la comida,
y usted paga lo que bebe”.