martes, 19 de octubre de 2010

Lugares comunes a lo patojo

Cabras dan leche

Entre Anserma y Riosucio (Departamento de Caldas) hay una lechería que el ingenio paisa bautizó con el aviso: “Donde las cabras dan leche”.  Allí se expende leche de vaca paisa, que si no es más nutritiva por lo menos es abundante y no da quichas.  De esta leche sacan los quesos holandeses que se producen en Colombia y el queso parmesano que no produce Italia.

También las abuelas -paisas y de las nuestras- en lejanos almanaques Bristol, tenían la gracia suficiente para inducir al hijo a estudiar, porque de otra forma vendrían los trabajos forzados y el castigo del confinamiento:

- ¡O te ponés a estudiar, o cabras dan leche!-.

Entre agiotistas y apostadores encierra una velada amenaza: o me pagás, o cabras dan leche.  Si las cabras dan leche es porque la deuda se extravía entre explicaciones enredadas no convincentes y la amenaza corre a hacerse efectiva.  ¡Qué miedo!  El miedo que se experimenta es el mismo que se afronta la primera vez con una mujer extraña o por el último intento con una bien conocida.

Si la cabra al monte tira no es porque lo diga un tango; es verdad, como saber que el monte da comida y abrigo a estos animalitos acostumbrados a los desiertos y a las rocas, donde hay humanos hambreados y sedientos.  Las cabras, por los desiertos peruanos y chilenos, son el sostén de los viajeros en un clima de apabullante canícula; donde alguna vez está el pescado lejos y, otras, reemplaza a la carne de cabrito -como le dicen al marido de la cabra los quechuas, descendientes de los incas-.  En Perú, la misma cabra que pasta en el desierto no da leche, aunque sí lástima.  Aquí, ni las cabras dan leche.

Una muestra de que en Popayán se cumple el mandato del cura, impartido desde el púlpito en la misa dominical, o cabras dan leche, se dio por los años sesenta del siglo veinte cuando se arrasó la “zona de tolerancia”  de la doce y se trocó en cómodas residencias dispersas con damas aún más dispuestas.  El cura, que no cito porque aún vive los últimos estertores de los noventa años, manifestó su desagrado al conocer que  personas prestantes frecuentaran esas casas, dada la novedad, y amenazó con dar en público nombres propios como escarmiento.  Dijo el cura mojigato:

- Se me ha informado que personas de reconocida honorabilidad están frecuentando las llamadas “casas de citas“ recién inauguradas.  Es mi deber prevenir esa práctica aberrante que pone en riesgo la salud de todos nosotros, templos de Dios.  Si en estos ocho días me vuelven a informar de tales prácticas, el próximo domingo daré los nombres de los señores que han visitado esos antros del vicio, en español, para que se entiendan.  Hoy diré el primer nombre de una lista de diez, pero en latín: Eliodorus Velascus.