Al César lo que es del César
Es la frase más cercana de la expresión “A cada quien lo suyo”. Por ejemplo, la mujer que le toca a uno no es de otro y menos de César, así César esté reclamándola cuando uno está en el trabajo. No podemos darle a César lo que es de Horacio. Eso sería tan grave como darle en administración al Cuerpo de Bomberos una fábrica de cerillas contigua a una estación de gasolina. O peor, darle a un cojo una bicicleta estática. Las cosas son como son, o mejor, las cosas son del que se las encuentra. Así lo dice un filósofo que canta sólo en cantinas: “Lo que ha de ser para uno, uno se lo tiene que encontrar”.
En la antigua Roma -entre los años sesenta y cuarenta y cuatro, antes de nacer Chucho- Cayo Julio César era el guía político y militar del imperio. El que se inventaba guerras de conquista como aquella contra las Galias y sobre la cual escribía comentarios donde él quedaba bien parado, como amante desatado. Fue el precursor de los Panzer alemanes, porque hizo una campaña contra el rey del Ponto que le valió decir: “Vine, vi, vencí”. Al final resultó muerto por Bruto, el hijo adoptivo que dirigió a unos puñaleros que se decían conjurados. Toda esta leve historia es de César y de nadie más. Por eso, al César lo que es del César.
Ahora toca referirnos a los políticos nuestros, que de César tienen apenas el nombre. Hubo uno por ahí, antes de desaparecer bajo tierra de cementerio, que tenía una inteligencia elemental para hablar y descomunal para despojar propiedades ajenas. A este César se le atribuyen las palabras que le hizo a nuestra ciudad después del terremoto de mil novecientos ochenta y tres y en pleno auge de los centros comerciales:
- Felicito a Popayán porque ya tiene su epicentro-.
Esto es de César, y de nadie más.
Quien mejor interpretó esta expresión fue el marido retozón cuando, después de una noche con la amante, se le olvidó revisar el carro alcahuete de faenas y, preciso, la esposa apenas se subió encontró un anillo de la rival sobre la silla delantera y, mostrándolo como cuerpo del delito, le preguntó al marido:
- ¿Y esto de quién es?-.
Al tipo, sorprendido y ante la prueba irrecusable, sólo se le ocurrió decir:
- Suyo, mija-.
- Cómo que mío, ¿y por qué mío?-.
El infiel hizo lo de César:
- Porque las cosas son del que se las encuentra-.
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