Al ahogado no hay que buscarlo río arriba
Es una expresión que apela a la lógica elemental del ser humano. Es lógica, porque hasta ahora no se han inventado ríos que corran hacia arriba. Los ahogados lo saben, por eso pegan para abajo. En nuestro país nos han metido el cuento de que la delincuencia se acaba con policía; que las inundaciones de cada año de nuestros dos ríos, el Cauca y el Magdalena, se resuelven con frazadas y comida para los damnificados o haciendo rogativas para que no llueva. Este es un ejemplo típico, en teoría política, de buscar al ahogado río arriba; aquí no opera la lógica elemental. En consecuencia, los problemas no se solucionan y cada año son más graves, hasta llegar a insolubles y convivir con ellos, como con una gangrena.
Para buscar al ahogado río abajo tenemos que partir del principio de que un problema tiene dos componentes: causas y consecuencias. Si se resuelven las causas, se solucionan las consecuencias y el problema desaparece. La delincuencia es la consecuencia de un gran problema social aún no resuelto. Nuestros políticos no lo han resuelto y, con esa lógica -buscar al ahogado río arriba-, nunca lo resolverán. Las inundaciones de nuestros ríos son consecuencia de la falta de regulación de sus aguas y de la deforestación. Causas, ambas, que se resuelven con política traducida en obras de construcción de represas y canales de irrigación y con la reforestación de cuencas. Para mejor decirles, remedar el ciclo de la guadua.
Pero para qué boto corriente. Después me califican de utópico, que no es tan drástico como el calificativo que le dieron al sacerdote aquel de un pueblo del sur del Cauca y norte de Nariño. Por allá entre El Pilón y Taminango llevaban sus pobladores varios años sin ver la lluvia y estaban a punto de emigrar por la falta de agua. Decidieron entonces acudir al curita para que ofreciera una rogativa al Señor de no sé qué cosa -aquí hay señores para todo-, a ver si al fin se producía la tan anhelada lluvia. El religioso, muy práctico, les preguntó cuánto tenían. Los pobladores dijeron que habían reunido doscientos mil pesitos. Entonces el cura replicó (esto le valió el calificativo insigne):
- ¡Uuuh, con esa plata ni se nubla!-.
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