lunes, 1 de junio de 2009

Lugares comunes a lo patojo

A la hora del té

 

Hace algunos meses en Cartagena -la ciudad costera de Colombia que quisieron conquistar los ingleses y apenas dejaron, después de su intento, dos rastros británicos: el Junior y el Sporting- unos inversionistas (deben haber sido ingleses persistentes) quisieron construir el edificio más alto de la costa norte, llamado La Escollera.  Después de construir el setenta por ciento de la estructura, apareció una tormenta tropical que lo dejó inclinado.  A la hora del té, el edificio no respondió a los embates de la naturaleza y debió ser demolido.

 

A la hora del té es el momento cumbre donde las verdades surgen y el error -o el acierto- aparece.  En un té para señoras -o de familia- se destacan los hechos del día y los protagonistas de la noche.  En este tribunal supremo donde sólo hay fiscales, se determina el grado de culpabilidad del reo objeto de la discusión, o bien la inocencia del zoquete ausente.  Las consecuencias se irán acumulando y desgranando en sólidas relaciones sociales o en rompimientos tenues hasta la rotura definitiva.  A la hora del té nuestra sociedad condena o absuelve.

 

Hay personas que se abonan el derecho de calificar feo –rajar, decimos nosotros- nuestros valores entrañables y lo siguen haciendo sin encontrar impedimento.  Estas personas, al no encontrar oposición, creen que ya tienen licencia para abusar, e irremediablemente les llega la hora del té cuando el sarcasmo nuestro las frena en seco y las pone en el sitio donde deben estar: en las puertas de una correccional, y quedan más aburridas que funcionario insubsistente.  Sucedió en el antiguo Café Alcázar de Popayán.  A un paisa atrevido y sin reparar en su entorno le dio por rajar de la ciudad.  Seguro le había ido mal por sus propias limitaciones y se las atribuía a la ciudad y a sus gentes que no tenían nada que ver en el asunto.  Para este paisa Popayán era poco menos que una letrina de su entrañable Medellín.  Hasta cuando el “Genio” Castrillón, que hacía presencia, no se aguantó y lo comparó:

 

- Mi estimado amigo, usted se parece, con sobrados méritos, a Don Marco Fidel.

- ¿Por lo de escritor?

- No, por lo hijueputa.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario