domingo, 22 de febrero de 2009

Lugares comunes a lo patojo

A boca de jarro

 

Jarro es una vasija de boca

Más angosta que la jarra

y con un asa, parte arqueada

y saliente, de donde se agarra.

 

Cuando un poeta levanta el jarro y de su boca bebe, está tomando, sin medida, el néctar de los dioses; es como decir, el agua de la vida o el embriagante zumo de la vid.  Quienes no tenemos la virtud de ser poetas, nos contentamos con tomar en vasos o en copas aguardiente -bebida letal del amor perdido- o vino, bebida que descubrió Noé -lo cual condujo a que sus hijos lo descubrieran “viringo”-, y les sirve a los chilenos para introducirse en las bolsas de valores.  A nosotros, como a los argentinos y a los europeos, el vino nos permite embriagarnos después de las comidas importantes -para los europeos y los argentinos todas las comidas son importantes- y evitar, a boca de jarro, la sorpresa de una “rasca” con cantaleta de fin de semana.

 

A boca de jarro encierra acción imprevista bajo otro contexto, tal como cuando aparece la mujer que deseamos, en el sitio que anhelamos, en el momento que soñamos, y resulta que es una realidad que nos lleva a dudar del movimiento de azar de las estrellas del zodiaco.  También puede ser que tengamos pesadillas de súbito, como recorrer el mismo laberinto de la angustia producida por una deuda mal pagada y mitad perdida.

 

Aquí en Popayán, donde hemos tenido presidentes de Colombia eméritos y livianos, donde los encontrábamos como peatones cansados en las calzadas huecas, le sucedió  a Guillermo León Valencia -años sesenta hará- que, en su condición de primer mandatario, se le arremolinara la plebe para pedirle, a boca de jarro, que pavimentara las calles destrozadas por chambas.  Guillermo León, repentino y razonable, dijo: “A estos patojos quién los entiende: tienen Presidente de la República, tienen Ministro de Obras Públicas, y todavía quieren que les pavimenten las calles”.

 

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