lunes, 6 de junio de 2011

Lugares comunes a lo patojo

Colgar el hacha

El pastuso angarillo que presenció, hace años, una explosión irregular cerca al Bulevar Niza, en Bogotá, comentaba después a las autoridades que “sólo estaba colgando el hacha cuando sentí el estruendononón y quedé todo sonso”.  El policía bogotano, que no entendía nada de lo dicho por el pastuso, le confirmó después de escucharle ese lenguaje: “Y eso no se quita”.  Claro, la acción de colgar el hacha es como hacer nada, con la boca abierta y la mirada perdida.

Cuando estamos parados en una esquina cualquiera, sin tiempo pero con lugar fijo, y pasan las damas en sucesivas oleadas por la pasarela de los tormentos masculinos, hacemos lo del pastuso: colgar el hacha.  ¿Y qué puede hacer uno ante el despliegue de tanta belleza junta, sobre todo en la esquina de la cuarta con quinta, en el claustro de Santo Domingo de Popayán, cuando hacen su ingreso las futuras doctoras en Derecho y Ciencias Políticas, revueltas -cuando salen por las calles- con las colegialas de las Josefinas y las estudiantes del Colegio Mayor?   Pues colgar el hacha.  Le sucedió al colono antioqueño cuando, ya establecido en la nueva tierra, se autojubiló y colgó el hacha, cansado de arrasar árboles, que en el siglo diecinueve y parte del veinte era una acción heroica -hoy es criminal- para asentar a su familia, cultivar la tierra y criar bestias; fundar pueblos que hoy son ciudades.  De esas lejanas épocas viene el símil, ya casi desaparecido.  Lo aprendimos los caucanos y los pastusos, que éramos centro y parte del Gran Cauca -desmembrado en mil novecientos cinco bajo la dictadura de Rafael Reyes- donde los caldenses tenían cabida.  Ahora cuando lo usamos suena a arcaico; por eso los bogotanos no entienden.

En Popayán es de mucha tradición la estación de servicio que antiguamente llamábamos la Bomba de los Campo (en referencia a los hermanos Campo)  y que aún hoy presta servicio en el sector de la glorieta de la avenida Mosquera con carrera octava.  En cierta ocasión iba el “Genio” Castrillón  con un amigo en charla animada, hasta cuando se atrancaron en el andén de la estación de servicio por tres señores que colgaban el hacha y obstaculizaban el paso.  El “Genio” puso las palmas de sus manos a manera de lanza por entre los señores y, abriéndolas para separarlos, les dijo:

- Campo, hermanos-.

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