domingo, 27 de marzo de 2011

Lugares comunes a lo patojo

Coger al toro por los cachos

El primero que dio el ejemplo fue un Goliat en el circo romano, lo sé porque lo vi en cine, en pantalla más grande que cualquier plasma, en tecnicolor y cinemascope.  Agarró a un toro como se agarra al derecho una carreta de dos ruedas, y le volteó el mascadero al pobre animal, para evitar que embistiera a la reina de Saba que, amarrada a un obelisco e indefensa en el centro de la arena, adornaba el espectáculo.  De ahí en adelante todos los problemas que surgen (por la idiotez o por descuido del ser humano) se parecen al toro y las soluciones son las mismas que Goliat aplicó: coger al toro por los cachos, es decir, enfrentarlo y no eludirlo, como hábil futbolista frente a defensa tronco.

Sin embargo, hay quienes resuelven los problemas a pontocones; mejor dicho, no los solucionan, los agravan porque no enfrentan las causas sino las consecuencias.  Es como coger al toro por la cola.  La consecuencia lógica de esta actitud es la acumulación y el agravamiento, dos situaciones que inexorablemente llevan al fracaso.  Sucedió en la segunda guerra mundial: Alemania, en el momento cumbre, multiplicó los frentes de guerra sin ganar uno; entre tanto Inglaterra, tenía uno solo, la defensa.  Pero mejor no hablemos de guerra, que bastante tenemos con la de los sexos; una confrontación que los hombres la llevamos adorablemente perdida, y mejor que así sea.  Las mujeres derrotadas son tan peligrosas como esos toros con cuernos afilados, y nosotros amarrados en mitad de la plaza, sin Goliat.

Si de cuernos hablamos, tenemos que referirnos a toros y no a maridos; los mismos (los toros) a quienes refería doña “Mati” cuando en lejanas décadas era secretaria de un juzgado de Popayán.  Hubo necesidad de hacer una inspección, creo que por los lados de Cajibío, y para el efecto viajaban en un Studebaker modelo cincuenta y cinco el juez, tres funcionarios y doña “Mati” como secretaria.  En esos tiempos era raro un viaje así, y no faltó el amigo de la dama que le preguntara, malicioso:

- Oiga, Matilde, ¿a usted no le da miedo ir tan lejos con cuatro hombres?-.
- ¿Pues, sabe que no?  Porque los hombres son como los toros de casta: en manada no tiran-.

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